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Legislatura: 1872 (1ª) (Cortes de 1871 a 1872) |
Sesión: 22 de enero de 1872 |
Cámara: Congreso de los Diputados |
Discurso / Réplica: Discurso |
Número y páginas del Diario de Sesiones: 1, 23 a 32 |
Tema: Programa del ministerio |
El Sr. Presidente del CONSEJO DE MINISTROS (Sagasta): Señores Diputados, durante el interregno parlamentario producido por el decreto de suspensión de las sesiones en la primera legislatura, surgió una crisis política que dio por resultado la formación del Gabinete que tengo la honra de presidir; y al presentarse hoy por primera vez a los Cuerpos Colegisladores este Gobierno, debe ante todo explicar, con la franqueza a que las Cortes tienen derecho, cómo ha venido a ocupar este puesto, y exponer con sinceridad absoluta los propósitos que le animan, las tendencias a que obedece y los fines a que se encamina.
Discutíase un voto de censura contra el Ministerio anterior, presidido por mi digno amigo el ilustre general Malcampo, fundado, a falta sin duda de otras razones, en que aquel Gabinete no contaba en este Congreso con mayoría parlamentaria propia; como si esto no hubiera de suceder a todos los Ministerios que de las distintas fracciones de esta Cámara puedan salir, inclusa aquella de la cual procedía el voto de censura; como si de este mismo mal no hubieran de adolecer precisamente todos los Ministerios que a aquel y a éste puedan suceder; cuando es indudable, Sres. Diputados, que aquel voto de censura con igual éxito puede presentarse contra todos los Ministerios que se formen de las distintas fracciones de este Congreso; no significando por lo tanto aquel acto más que la incompatibilidad de este Congreso con todo Ministerio homogéneo; no representando, en fin, una proposición semejante, apoyada en las razones que podían alegarse contra aquel, contra éste y contra todos los Ministerios que aquí se sienten de las distintas fracciones que este Congreso componen, más que una sentencia de muerte, y sentencia fundada, de este Congreso.
Pero al fin aquel voto de censura seguía su curso natural, cuando vino a ser interrumpido por una proposición cuyo objeto era el restablecimiento inmediato de las asociaciones monacales y de otras sociedades que disposiciones revolucionarias más o menos en armonía con la Constitución del Estado habían declarado abolidas. Si aquella proposición, una vez apoyada por su autor, hubiera tomado el carácter de proposición de ley, y como tal hubiera seguido los procedimientos reglamentarios que para tales proposiciones están trazados [23] nada hubiera tenido que hacer aquel Gobierno, reservando su opinión para el día en que la proposición de ley se hubiera discutido.
Pero se pretendió que se discutiera inmediatamente, que inmediatamente se aprobara, y que sus efectos siguieran inmediatamente a su aprobación, derogándose así disposiciones que tenían fuerza de ley y que sólo es posible derogar con el concurso del Senado y la intervención de la Corona.
Como si todavía esto no bastara, y en el deseo de hacer cuestiones de Gabinete todas las que aquí se presentaran, en una discusión realmente reglamentaria se suscitó en este recinto un debate político, grave, tempestuoso, extenso, y con tanta impaciencia, y con tanta pasión y con tanta prisa, como si del restablecimiento de los frailes hubiera dependido el triunfo de la libertad para unos, la salvación del orden para otros, y páralos unos y para los otros, para todos en fin, la salud de la Patria. No era posible esperar al día siguiente; no era posible atender al cansancio de los Sres. Diputados; no era dado seguir las costumbres y las prácticas de estos Cuerpos; no, imposible: o el restablecimiento inmediato de los frailes, o la muerte del Ministerio.
Considero yo, Sres. Diputados, que no es con tanta pasión ni con tanta impaciencia cómo deben resolverse los altos asuntos encomendados a los legisladores de un país; pero aquel Gobierno, aun prescindiendo de estas y otras consideraciones, vio en la cuestión indicada un conflicto entre las prerrogativas de los Cuerpos Colegisladores; y el deber en que estaba de defender con igual energía la prerrogativa de cualquiera de estos dos Cuerpos que por uno de ello, pudiera ser olvidada; la sagrada obligación que creía tener de mantener asimismo incólume la prerrogativa de la Corona, le inspiraron el convencimiento de que para evitar este conflicto debía aconsejar a S. M. la inmediata suspensión de las sesiones.
S. M. se dignó oír el consejo de sus Ministros responsables, y las sesiones fueron suspendidas, no sin que antes hubiera una votación que, si no resolvía en verdad la cuestión principal, dibujaba en cambio con toda claridad la actitud de la mayoría de esta Cámara relativamente al Gobierno de S. M.
Pero la medida de la suspensión de las sesiones no podía ser más que transitoria, y a los pocos días el Ministerio presentó a la consideración de S. M. las dos únicas resoluciones con las cuales había de convertirse en definitiva la situación transitoria en que nos encontrábamos: o la disolución del Congreso, o la reanudación de sus sesiones; la disolución del Congreso, que aquel Ministerio no pidió nunca para sí, o la continuación de los debates y trabajos de esta Cámara; pero estableciendo que en uno y otro caso ofrecía el Ministerio la dimisión a S. M.: en el primero, porque guiado siempre de los sentimientos más patrióticos, y habiendo cumplido lealmente y con inesperada fortuna la difícil misión que le trajera a este banco, no quería suscitar obstáculos a la libérrima voluntad de S. M. para la creación de la situación que iba a establecerse; y en el segundo caso, porque habiendo sido vencido en una votación de esta Cámara, no se creía en actitud de volverla a reunir.
S. M. se tomó algún tiempo para reflexionar; y en el deseo patriótico que le anima de inspirarse siempre en los representantes del país; en su afán de normalizar la situación económica, que tanto desahogo ha de dar a la Nación española, y en su constante anhelo de hacer durar a los Cuerpos Colegisladores a las Cortes, el término legal, mientras esta duración no llegue a ser del todo imposible, S. M. se dignó adoptar la resolución que saben todos los Sres. Diputados por la carta que tuvo a bien escribir al Presidente de aquel Consejo de Ministros, y que recibió el aplauso de aquel Ministerio, como lo recibió de todos los hombres públicos que el Rey consultó.
El Ministerio, firme en su propósito de presentar la dimisión, cualquiera que fuese la resolución de S. M., insistió en ella, a pesar de reiteradas y benévolas instancias; y S. M., haciéndose cargo de las razones atendibles que exponían los Ministros para presentarla, se dignó por fin aceptarla, encomendándome entonces la honra de la formación de un nuevo Gabinete. Hice a S. M. reverentemente algunas indicaciones que fueron confirmadas por el Presidente del Senado, a la sazón presente; y sólo cuando S. M. tuvo la bondad de asentir a ellas, acepté el difícil cargo que se me confirió, y que en otro caso me hubiera creído en el deber y hasta en la necesidad de declinar.
El resultado de la misión que S. M. se dignó confiarme, fue, como he dicho antes, la formación de este Ministerio, que hoy por primera vez tiene la honra de presentarse ante los Cuerpos Colegisladores. En él se encuentran algunos Ministros de los que constituyan el Gabinete anterior, porque yo quise que existiera un lazo de unión entre el Ministerio que salía y el que le iba a reemplazar. Ninguno de aquellos Sres. Ministros quería quedarse en el Ministerio nuevo; todos para mí eran igualmente dignos, y mi única dificultad consistía en la elección; pero al fin y al cabo se resolvió de común acuerdo, influyendo, a la verdad, muy notablemente los Ministros que quedaban fuera del Gabinete, para vencer la repugnancia que ofrecían aquellos de sus compañeros a formar parte del nuevo.
A unos y a otros les debo gratitud, que yo hago pública en este momento con muchísima satisfacción; la debo muy especialmente, se la tengo, señores, muy sincera a mí siempre amigo y distinguido compañero el general Malcampo, que sobre el sacrificio que sus compañeros hacían al quedarse en el Gabinete, realizaba otro nada frecuente en estos tiempos y en este país; el sacrificio de descender de la Presidencia, que con más merecimientos que yo venía ocupando, para quedarse bajo la mía con la cartera que tan dignamente estaba desempeñado; rasgo de modestia, repito, poco común en los presentes días.
En el Ministerio se encuentra también, Sres. Diputados, el brigadier Topete, porque quise que en estos momentos en que desgraciadamente empieza a aparecer entre los partidos revolucionarios el odio y el rencor que devoraron a las antiguas parcialidades, el Ministerio revelase desde luego en su formación el espíritu de concordia y de buena armonía que debe reinar siempre entre todos los hombres que inspirándose en las mismas ideas, e impulsados por las mismas tendencias, aspiran, señores, al mismo fin: al afianzamiento de las instituciones que el país solemnemente se ha dado en uso de su soberanía.
Nadie mejor que el Sr. Topete, representante aquí de una gran parcialidad, pero sin compromisos anteriores con ninguna de las que existían antes de la revolución, puede, después de haberla hecho no sólo posible, sino invencible, oponerse a las miserias que devoraron a los antiguos partidos y que amenazan devorar a los nuevos; y procurar así la fusión sincera de los elementos homogéneos, y la concordia, la paz y la armonía [24] entre los elementos afines, todos naturalmente interesados en el afianzamiento de las conquistas de la revolución. Además, Sres. Diputados, el brigadier Topete, por sus antecedentes, por los grandes servicios que ha prestado a la Patria, por sus circunstancias especiales, por su influencia, y sus relaciones en Ultramar, era, en me sentir, el hombre político llamado a resolver las graves cuestiones de Cuba, que hallándose como se hallan fuera de los partidos y sobre todos ellos, deben resolverse con un criterio exclusivamente nacional, con la ayuda y con el concurso de todas las fracciones. Esta es la consideración que venció la tenaz resistencia del Sr. Topete a entrar en este Gabinete; porque mi digno amigo, atento siempre a la voz del patriotismo, si acude allí donde la libertad le llama, aún más presurosamente acude allí donde la Patria le exige.
En este Ministerio, Sres. Diputados, encontráis asimismo a los que, siempre liberales y siempre consecuentes, pueden ofrecer al país, con su pasado, garantías evidentes de su presente y seguras prendas de su porvenir. En él están los amigos más íntimos y más antiguos del general Prim, que pueden seguir más fielmente que nadie las huellas que aquel ilustre patricio dejara trazadas; en él están los que con aquel general insigne y con el ilustre Duque de la Torre, hoy tan calumniado (Rumores en los bancos de la izquierda); tan calumniado, sí; hoy tan calumniado por algunos que se suponen liberales, que se llaman pomposamente liberales, y de los cuales unos han hecho algo por la libertad, otros han hecho mucho, algunos no han hecho nada, y todos, no obstante, suponen que no les hace ya falta el brazo robusto que supo vencer en Alcolea. Insigne muestra de ingratitud; síntoma de una falta que nunca cometen impunemente ni los pueblos ni los partidos.
En él están los que con el insigne general Prim y el ilustre Duque de la Torre contribuyeron más al triunfo de la revolución de Septiembre, y más interesados se encuentran por consiguiente en su afianzamiento; en él están los marines que trajeron a los generales desterrados, y los que dieron abrigo a los que errantes y perdidos ya en las tinieblas de la noche, y en medio de las agitadas olas, pensaban en volverse entristecidos a su ostracismo, muerta en sus pechos toda esperanza, a llorar en tierra extraña los dolores de la Patria. Todos los conocéis, Sres. Diputados, y yo no debo detenerme más en este punto, como no sea para condolerme, como nos condolemos todos, de la ausencia de nuestro digno compañero el general Gaminde, que postrado en cama por una grave dolencia, de la cual afortunadamente va reponiéndose, tiene la pena de no presentarse al lado de sus compañeros para arrostrar las fatigas de esta campaña; como no sea para manifestar a todos mi público reconocimiento, porque superiores todos a mí, los unos por su mayor ilustración, los otros por más extraordinarios servicios, y todos por sus mayores merecimientos, han acudido a mi llamamiento, para ayudarme en la obra, difícil sí, pero no imposible, que en tan críticos momentos estamos llamados a levantar.
Y el Ministerio así constituido, ¿qué es? ¿Qué quiere? ¿Adónde va? Eso es lo que voy a tener la honra de manifestar a los Sres. Diputados, con la franqueza que merecen siempre los representantes de un país y con la sinceridad que todos debemos a nuestros poderdantes, para que con pleno conocimiento de causa, la opinión pública nos preste su ayuda o nos signifique su desaprobación.
EI Ministerio es conservador, dicen unos, porque no es radical: el Ministerio es conservador, dicen otros, porque de él forma parte el brigadier Topete. Y tal abuso, señores, se viene haciendo de las palabras, que va a llegar día en que de modo alguno nos entendamos. Yo espero, no obstante, que todos me entiendan, y confío, sobre todo, que me entienda el país, que al fin y al cabo esa es la apelación última a que debemos acudir los hombres públicos.
¿Qué se entiende hoy por conservador? ¿Se llama conservador al que volviendo los ojos atrás, llora lo que pasa y abriga esperanzas de restablecer cosas e instituciones que desaparecieron; al que para la realización de esa esperanza procura destruir, desacreditar, mermar, atenuar siquiera las conquistas alcanzadas por la revolución? ¿Se llama a eso conservador? Pues el Ministerio, ni es, ni quiere, ni puede ser conservador. ¿Se llama conservador al que satisfecho con las instituciones fundamentales que el país en uso de su soberanía se ha dado, procura, ante todo y sobre todo, inculcarlas arraigarlas en las costumbres públicas, amparando los derechos que la Constitución consigna, con la misma energía con que necesita exigir que se cumplan los deberes a aquellos derechos inherentes, afianzando la dinastía y considerando la Monarquía, no como forma eventual y transitoria, sino como elemento indispensable en la organización política de este país, como un fundamento esencial de las libertades públicas? ¿Se llama a eso conservador? Pues el Ministerio es y no puede menos de ser conservador.
El Ministerio es, por lo tanto, conservador de la Monarquía constitucional; es conservador de la dinastía de Saboya; es conservador de los derechos individuales,
Ç tales como están consignados en la Constitución del Estado; es, en fin, conservador de las instituciones fundamentales que la España definitivamente se ha dado. Pero como dentro de estas instituciones, y en cuanto a estas instituciones no afecte, piensa llevar a la administración en sus diversos ramos y a la política en sus variadas esferas el espíritu progresivo que aquellas mismas instituciones consientan, el Ministerio en el sentido propio, en el sentido filosófico y hasta en el sentido histórico de la palabra, es progresista. (Risas en los bancos de la izquierda.)
He dicho que íbamos a entendernos, y aunque yo creía y sigo creyendo que lo que acabo de decir es bien claro y bien explícito, para que no ofrezca dudas, aunque no podía imaginar que las ofrecería aquí donde todos sois muy ilustrados y muy perspicaces, por si puede ofrecer alguna fuera de aquí, voy a explicarme con un ejemplo muy sencillo y al alcance de todo el mundo, porque a mí no me duelen prendas.
Supongamos, Sres. Diputados, tres capitalistas, y les llamo capitalistas porque supongo que cada uno de ellos tiene un capital x. El primer capitalista, contento con su capital, lo guarda, lo esconde, lo encierra; ni participa él de su capital, ni directa ni indirectamente hace partícipe a nadie; todo su afán es conservarlo intacto, es verlo, es palparlo; pero cifrando el mayor empeño en que no lo vea, en que no lo toque, en que no lo adivine ninguno más que el que lo posee. El segundo capitalista guarda su capital, pero sin encerrarlo ni esconderlo; lo rodea de garantías eficaces, contentándose con ganancias módicas, pero constantes; procura ponerlo en circulación con toda seguridad; se esmera, sí, en conservarlo íntegro, pero pone a la vez especial atención en lograr suficientes rendimientos, no exponiendo [25] en todo caso más que las ganancias que constantemente vaya obteniendo, sin perjuicio de acumularlas algunas veces al capital. Por último, el tercer capitalista no se cuida de conservar su capital; su afán consiste no más en multiplicarlo a todo trance, y para ello no tiene inconveniente en acometer las especulaciones más arriesgadas, tan luego como vislumbra alguna probabilidad de locas ganancias. En torno del primer capitalista se encuentran no más el egoísmo, el quietismo, la esterilidad, la inercia. Todo allí es oscuro y silencioso y exclusivista como el avaro, como lo son los que al avaro imitan o siguen. Alrededor del segundo no se descubre, a la verdad, fastuosa grandeza, no se percibe a primera vista la magnificencia que seduce, ni las improvisadas opulencias que suele adivinar el vulgo; pero se halla, sí, aquel desahogo tranquilo, aquella comodidad segura y pacífica, aquel bienestar sosegado, aquella vida envidiable; en fin, la suerte que obtiene como premio de sus afanes el que sin exponer el patrimonio de sus hijos, procura, si no siempre aumentarlo, conservarlo, sacando sin embargo lo que necesita para educarlos, para ilustrarlos hasta que sepan disfrutar lo que con tanto trabajo consiguió ganar y con tan prolijos cuidados logró conservar. Alrededor del tercer capitalista se ven a las veces improvisaciones que ofuscan, opulencias que pasman; pero casi siempre grandes desgracias, terribles desengaños, y por último, irremediables catástrofes.
Pues bien, Sres. Diputados: los hombres políticos tienen también su capital que conservar, y el capital del Ministerio consiste en las instituciones fundamentales de nuestra Patria; capital que no quiere conservar como el avaro, pero que tampoco ha de aventurar como el ambicioso especulador, sino que siguiendo la conducta prudente del segundo capitalista, procura aumentarlo poniéndolo en circulación con las garantías debidas, y sin embargo de conservarlo, sacar de él todos los elementos necesarios para ilustrar al pueblo y colocarle en disposición de que sepa disfrutarlo y conservarlo para el porvenir; que el bienestar de los pueblos no consiste tanto en amontonar reformas sobre reformas, como en asimilarse definitivamente las obtenidas, y en armonizar su existencia con éstas antes de realizar las que lógicamente han de continuar su progreso.
Así, Sres. Diputados, es conservador el Ministerio; así han sido conservadores los partidos liberales españoles, a quien debe más el país que a nosotros, que al fin y al cabo no hemos hecho más que completar la obra que en circunstancias más difíciles y en momentos más peligrosos ellos emprendieron. Así fueron conservadores los Argüelles, los Mendizábal, los Calatrava, los Becerra y tantos insignes varones, también tratados de reaccionarios y de traidores a la libertad por los que creen que no hay libertad más que en el ruido, en las aventuras, en el movimiento y hasta en la perturbación.
De esta suerte, Sres. Diputados, han sido y son conservadores el partido liberal de Bélgica, el partido liberal de Alemania, el partido liberal de Inglaterra, y todos los partidos, en todas las naciones donde se ha querido armonizar la libertad con el orden. Ya saben, pues, los Sres. Diputados lo que es el Ministerio; van a saber lo que el Ministerio quiere.
Yo no he de molestar vuestra atención con un programa prolijo; yo no he de pronunciar algunas generalidades que, pudiendo pertenecer a todos los programas, pudiendo ser de todos los partidos, no deban realmente figurar en el programa de ningun partido. Voy únicamente a fijarme en las cuestiones más graves y que mayores dificultades pueden ofrecer entre nosotros. Cuestión política, cuestión económica, cuestión religiosa, cuestión de Ultramar. Mas antes de entrar en la primera cuestión, en la cuestión política interior, bueno será que el Ministerio diga dos palabras acerca de la política exterior; que dos palabras bastarán de seguro para fijar las aspiraciones y las tendencias del Ministerio sobre este punto.
La revolución de Septiembre, que arrancó de raíz los gérmenes con que hasta aquella fecha se sustentaba la política interior, no podía dejar en pie los fundamentos en que se basaba la política exterior; y a la política continental de la casa de Austria, y a la política de familia de la casa de Borbón, hubo de sustituir naturalmente la política nacional del pueblo español, que arrancando del derecho y asentándose en la justicia, pudiera levantarse apoyada en el principio sinceramente proclamado y religiosamente cumplido, de estricta neutralidad. La Nación española reconoce en todas las demás el derecho absoluto de arreglar sus asuntos interiores como lo tengan por conveniente; y tiene la pretensión de que igual derecho sea para ello reconocido por las demás naciones.
El Gobierno, pues, está tan resuelto a no mezclarse en los asuntos interiores de ningun pueblo, como decidido a no consentir que el Gobierno de ningún pueblo se mezcle en los asuntos interiores del nuestro: y sino tiene la pretensión de intervenir en las grandes cuestiones de Europa, no ha de resignarse a permanecer frío espectador en todo aquello que pueda directa o indirectamente afectar a la honra, a la independencia de la Nación española, que al fin es una parte integrante y muy importante de la Europa. Las relaciones que tiene la Nación española con las demás, no han sido nunca ni más cordiales ni más amistosas. Únicamente fueron interrumpidas las que nos enlazaban con las repúblicas del Pacífico, y esas mismas están ya en realidad restablecidas.
Con dos de las repúblicas se han cambiado las ratificaciones de armisticio, y con otras dos se están cambiando en estos momentos. Una política verdaderamente nacional; una política grande, generosa, siempre liberal; una política que hubiera hecho olvidar a los unos agravios recibidos y a los otros favores dispensados, que no hubiera vuelto la vista atrás más que para descubrir en la historia los errores cometidos, y aprender en lo pasado los medios de evitar iguales extravíos para lo porvenir; una política semejante nos permitiría hoy estar unidos con pueblos que, nacidos de la misma madre, no han debido tratarse nunca como enemigos; y la Península ibérica, por su situación geográfica en Europa, podía ser la mediadora., el lazo de unión entre el antiguo y nuevo mundo, para ser después portugueses y españoles los representantes legítimos de la gran confederación de las repúblicas americanas ante la gran confederación de las monarquías europeas.
Y hé aquí con ligeros rasgos bosquejadas las aspiraciones y tendencias de la Nación española respecto de las demás; aspiraciones y tendencias que, arrancando de la revolución de Septiembre, podían encontrar su fácil desenvolvimiento en la libertad de nuestras nuevas instituciones, y en la circunspección, en la prudencia y en el talento de nuestros hombres de Estado llamados a establecerlas y a consolidarlas; y lo mismo estas [26] aspiraciones y estas tendencias del Gobierno actual, que todas las demás aspiraciones que pueda abrigar en la política exterior la Nación española, las debemos expresar con noble sinceridad, porque son naturales, porque son legítimas, porque son nobles, y porque además de alentarlas con estos caracteres, la España no busca su realización ni en la revolución, ni en la fuerza, ni en la astucia, sino en el mutuo consentimiento, en la recíproca voluntad, en el común acuerdo de todas aquellas naciones con las cuales España está más o menos interesada en la realización de tan altos propósitos; siempre en la paz y en la armonía de todas las naciones unidas a la España por los lazos de la libertad, de la civilización y del progreso.
Hechas estas ligeras indicaciones acerca de la política exterior, voy a ocuparme de la política interior. Sres. Diputados, hubo un tiempo en que, divorciados algunos partidos constitucionales de la dinastía entonces reinante, el poder no se conquistaba en lo general más que por intrigas en Palacio o por sublevaciones en las calles, y cada cambio político dejaba tras de sí hondas y porosas huellas de sangre, lágrimas y Iuto. Los partidos políticos, por consiguiente, se trataban como enemigos encarnizados, y con tal encono, que ya no había gobernantes ni gobernados, sino perseguidores y perseguidos. El mal, pues, que aquejaba a nuestro país no estaba ya solo en el alcázar de los Reyes; estaba también en la manera de ser y en la organización de los partidos. La revolución ha terminado con lo uno; pero sino termina también con lo otro, si Ios partidos siguen después de la revolución en las mismas condiciones que antes presentaban, contad, Sres. Diputados, con que habremos traído aquí una familia ilustre para hacerla víctima de nuestras miserias y de nuestras pasiones; para ahogar en nuestras intestinas luchas sus nobles sentimientos y patrióticas aspiraciones; para defraudar las esperanzas de la Patria y dejar aplazada su felicidad.
Penetrémonos de estas dolorosas verdades, y evitemos a toda costa que el país necesite otra revolución, lo dirigida en verdad contra la dinastía, que cumple noble, leal y religiosamente con sus deberes, sino encaminada contra Ios partidos que no saben o no quieren cumplir con los suyos.
Era de esperar, Sres. Diputados, que la revolución de Septiembre hubiera producido un cambio radical en los partidos políticos de España: era de esperar que nuestras instituciones trajeran consigo una nueva política; pero desgraciadamente no ha sucedido. Los partidos revolucionarios estaban coaligados: estos partidos se separaron, la conciliación se rompió; pero, Sres. Diputados, se rompió despertando desconfianzas, resucitando recelos, renovando enconos, y abriendo heridas que la revolución de Septiembre y las victorias comunes y los comunes intereses debieran haber cicatrizado para siempre.
Los partidos se separaron, se miraron frente a frente, y hoy, señores, se encuentran apartados por los mismos enconos y por los mismos rencores que separaban a los partidos antiguos. Así, señores, se advierte cómo a pesar de las grandes trasformaciones que ha sufrido aquí la política, cómo a pesar de loa cambios radicales que han tenido lugar en las convicciones de los hombres políticos de la Nación española, coda uno sigue apegado a su bandera; y las banderas de los unos y de los otros se presentan enfrente, se tremolan a cada paso, no en son de paz, sino como enseñas de encarnizada lucha.
Hay hombres que por sus estudios, por sus inclinaciones y por su carácter son esencialmente conservadores, y sin embargo militan en las filas del partido llamado radical; otros que por sus inclinaciones, por su carácter, por su temperamento, por sus opiniones de escuela, deben pertenecer al partido radical, y sin embargo forman en las filas del llamado partido conservador; y todos los hombres y todos los partidos, más que dirigidos por su conciencia, parecen impulsados por la pasión; antes que movidos por sus nobles convicciones, parecen arrastrados por el despecho. Pues con política tan insensata, con la pasión, con el despecho, no se aseguran las nuevas instituciones ni se crean los grandes partidos, ni se levantan situaciones respetables, ni se eleva, ni se engrandece, ni se regenera la Patria.
Sentadas estas premisas, fácil será, a este Gobierno decir a los Sres. Diputados cuál es la base de la política interior. El Gobierno quiere que la Constitución del Estado forme el lazo de unión y de concordia entre todos los que acepten las instituciones fundamentales del país, cualquiera que sea por otra parte el espíritu más o menos progresivo con el cual se conviertan en elementos de gobierno sus preceptos generales. El Gobierno quiere que la Constitución del Estado sea por todos igualmente respetada y por todos igualmente cumplida. Para esto es necesario que por todos sea igualmente interpretada; o mejor dicho, que no sea interpretada por ninguno, porque Constitución interpretada, Constitución perdida. Si cada partido tiene derecho a interpretar la Constitución a su manera, y según sus gustos, Sres. Diputados, no hay Constitución, no hay base permanente sobre la cual puedan organizarse los partidos constitucionales, ni garantía para la conservación de la institución misma; no habrá paz, no habrá tranquilidad, no habrá sosiego en la política de España.
El Gobierno quiere que la Constitución, así considerada, en vez de servir, como algunos pretenden, para el uso exclusivo de un partido, sirva para que dentro de ella puedan moverse todos los que la han levantado, todos los que la aceptan, con iguales derechos, con idénticos deberes, turnando pacíficamente en el poder. (Un Sr. Diputado de la minoría republicaba: ¿Y los que no la acepten?)
Los que no la acepten, no pueden turnar en el poder, dentro de la Constitución.
El Gobierno quiere que los partidos que dentro de esa Constitución se hallen, más progresivos, o menos progresivos, pero ambos liberales y ambos constitucionales, porque un partido liberal, por liberal que sea, dentro de las instituciones tiene necesidad de conservar, y conservar mucho, y los partidos conservadores, por conservadores que sean, si se desenvuelven dentro de las instituciones, no pueden menos de ser liberales y muy liberales; el Gobierno quiere que los partidos que están dentro de la Constitución sean considerados como hermanos, que contribuyan alternativamente en la gobernación del Estado, que atiendan con la misma buena fe, con el mismo deseo y con el mismo propósito al bien del país, y que merezcan por igual el respeto, el derecho y el cariño del pueblo, que no debe preocuparse de que suban los conservadores al poder, o de que les reemplace el otro partido, porque todos son igualmente sus amigos, y ni debe abrigar el temor de que se pierda el orden porque suba al poder el partido más liberal, ni debe sentir tampoco desconfianza de que se pierda la libertad porque suba al poder el partido conservador. [27]
El Gobierno quiere para la realización de estos fines que la administración, que la Hacienda, que la milicia, que la justicia, no sean en ningun caso ni en ocasión alguna patrimonio exclusive de ningún partido, sino que a todos los ramos de la gobernación del Estado sean llamados los más escogidos miembros de los partidos. Pero para esto es necesario que el empleado se persuada de que es un funcionario público, que sirve al Estado, que debe consideración y respeto al Gobierno, que no sirve a ningun partido, para que no se dé el caso de que haya empleados que se crean en el deber de hostilizar, en el deber de desacreditar al Gobierno, obligándole en último resultado a disponer su separación.
Importa también, Sres. Diputados, si aquel patriótico fin ha de conseguirse, que el militar se persuada de que ante todo es militar; que debe acudir allí donde el Gobierno le llame, dentro de su categoría, sin replicar; que cualesquiera que sean las opiniones que en su conciencia guarde, no puede ni debe por manifestaciones públicas o por alardes de oposición hacer entrever nunca que el brazo del Estado, que eso es ni más ni menos el ejército, deba ni pueda jamás hallarse a disposición de ningun partido, de ninguna bandería ni de ninguna personalidad.
Y ya que por incidencia, Sres. Diputados, he hablado del ejército, no quiero perder la ocasión de decir dos palabras también de la fuerza ciudadana, de los Voluntarios de la Libertad.
La fuerza ciudadana, Sres. Diputados, los Voluntarios de la Libertad, pueden ser una de las bases más firmes de la Libertad y del orden. Lo han sido, en efecto, hasta aquí los Voluntarios de Madrid y los de otros puntos de España, y yo tengo mucho gusto en reconocerlo así y en manifestarles por ello profunda gratitud en nombre del Gobierno y en nombre del país. Pero para que sigan prestando tan insignes servicios,
conviene que la fuerza ciudadana, como institución armada, no pertenezca a partido alguno. Los Voluntarios de la Libertad, como fuerza armada, no pueden ser ni progresistas, ni radicales, ni conservadores, ni apellidarse con ninguno de los nombres en que desgraciadamente aquí estamos divididos. La fuerza ciudadana, en el concepto que dejo indicado, tiene una altísima misión, que es la defensa de las instituciones fundamentales, cualquiera que sea el partido que ocupe el poder, era el conservador, era el progresista, y cualquiera que sea su denominación, porque con todas ellas existirá hoy en España un Ministerio que se halle dentro de las instituciones.
Mientras no descienda de su elevada misión, la Milicia ciudadana prestará los buenos, los importantísimos servicios que ha prestado hasta aquí; pero si desciende de ese pedestal que con su patriotismo y su prudencia se ha levantado, si quiere intervenir en la lucha de los partidos, si quiere ponerse al lado de un partido contra otro partido de los que dentro de la Constitución figuran, entonces la milicia ciudadana, más que garantía para el orden, será peligro para el orden; más que garantía para la libertad, será peligro para la libertad; y eso, ni el Gobierno lo puede consentir, ni lo consentirá jamás. (Rumores.)
Oigo decir que se va a desarmar a la Milicia ciudadana. Con esos y con otros medios han querido desprestigiar a los Gobiernos sus contrarios, procurando divorciar a los elementos de que el país dispone para la observación de la libertad y para la conservación del orden. Ya sabe la fuerza ciudadana que el Gobierno, lejos de intentar desarmarla, la protegerá y la atenderá con solicitud y con deferencia, si cumple, como yo espero, con su patriótica misión.
¿Qué queréis? ¿Qué la Milicia ciudadana sea instrumento de un partido? Pues si queréis eso, la hacéis descender y perder el elevado carácter que tiene: más si ella no se presta a secundar esos fines, si no es instrumento de ningún partido, si no está más que al servicio del Estado y al servicio de las instituciones del país, entonces con este Ministerio estará tan segura como con cualquier otro; quizá estará más segura que con algunos; mucho más segura que con el que vosotros deseáis que reemplace a éste.
Quiere el Gabinete, por fin, que los derechos consignados en la Constitución sean por todos respetados, pero que también sean por todos cumplidos los deberes que la misma Constitución impone; que no sea a nadie permitido traspasar los límites con que aquellos derechos están en la ley fundamental garantidos.
Haga enhorabuena el ciudadano uso de sus derechos; pero el Gobierno no debe en ningún caso prescindir de las armas que la misma ley fundamental le concede para impedir, y en todo caso reprimir el abuso en el ejercicio de aquellos derechos. Y debe hacer esto el Gobierno con tanto mayor rigor, cuanto que no dispone de las medidas preventivas, que nuestras leyes tienen desterradas, y no son todavía bastante perfectos los medios que puede alcanzar para hacer suficientemente eficaces las medidas represivas, únicas que tiene a su disposición.
Por eso, todo lo que es ilegítimo, todo lo que nuestras leyes condenan, todo lo que la Constitución no consiente, debe ser prohibido por el Gobierno, y en caso necesario por los tribunales condenado, sin tener en cuenta si lo que es ilegítimo puede o no causar inmediato daño, porque las enfermedades se curan bien si se las ataca en su principio, pero pueden hacerse incurables si se las abandona por no ofrecer graves temores en su origen.
Señores: la sociedad está inquieta, la sociedad está temerosa, y es necesario tranquilizarla: la sociedad no está falta de libertad, pero sí ávida de reposo. Después, señores Diputados, de las convulsiones consiguientes a una revolución tan radical como la que se ha hecho en este país; después de las reformas que una tras otra han venido a cambiar la manera de ser de nuestro pueblo; después de tres años de dudas, de vacilaciones, de desconfianzas, de temores y de peligros, ya es necesario que se restablezca el sentimiento de respeto a la ley, que la autoridad se levante, que llegue a adquirir aquella confianza, aquella seguridad, que permita al industrial, al comerciante, al labrador, al banquero, al hombre de ciencia, dedicarse tranquilamente a sus negocios y tender serena la vista al porvenir, a aquel bienestar, a aquel orden moral y a aquella bienandanza que produce la prosperidad de las naciones cuyos hijos han sabido hacer que la libertad y el orden sean una sola y misma cosa.
Pero nada más debo deciros respecto de política interior.
Pasemos ya a la cuestión económica.
Nuestra España, Sres. Diputados, busca hoy mejoras positivas en compensación de los inmensos sacrificios que se le vienen exigiendo; y el Gobierno, que está en el deber de otorgárselas, os ofrece, no las mistificaciones de un presupuesto resultado de las ingeniosas [28] combinaciones de una burocracia mal entendida, sino un presupuesto resultado del cálculo concienzudo y del examen detenido de lo que deben ser Ios ingresos del Tesoro, sin acudir a grandes y exagerados sacrificios, y los medios con que el mismo debe subvenir a sus obligaciones, para que la España alcance la altura que le corresponde.
Verídica y franca ha de ser la opinión del Gobierno en este asunto, como verídica y franca va a ser la demostración que Ios Sres. Diputados se servirán oír, de las mejoras que el crédito público ha adquirido de cierto tiempo a esta parte.
Al hacerse cargo del Ministerio de
Hacienda el Sr. Angulo, quedaban
sólo disponibles del empréstito
de 600 millones ........................................................ 240.151.200
Los créditos contra el Tesoro en fin
de Septiembre ascendían a..................................... 1.378.240.808
Y en fin de Diciembre próximo a...................... 1.194.746.000
Menos en Diciembre........................................... 183.594.808
Las existencias en las Cajas del Tesoro
ascendían en 30 de Septiembre a................................ 217.095.414
Ídem en 31 de Diciembre a........................................... 293.360.000
Más en Diciembre................................................... 76.264.591
Los débitos en las Cajas del Tesoro,
en fin de Septiembre, ascendían a................................ 616.148.496
Y en 31 de Diciembre ........................................... 466.488.000
Menos en Diciembre........................................... 149.660.496
Recaudación en las provincias desde
Septiembre a Diciembre(a presupuesto)....................... 916.730.884
Ídem en la Central................................................. 3.262.884
Suma..................................................................... 919.992.884
Pagos en las provincias desde Septiembre........... 710.565.260
Suma..................................................................... 1.224.145.260
Por último, debo manifestar al Congreso que el
cupón de la Deuda exterior se halla ya hoy casi en
totalidad satisfecho, cuya obligación representa
una cifra de...................................................................... 150.000.000
Y del interior van ya hoy pagados 90.000.000
O sea.. .................................................................. 240.000.000
Además tiene hoy el Tesoro en el
Extranjero sobrante........................................................... 132.000.000
En la Tesorería Central............................................. 71.000.000
En contratos pendientes de realización..................... 240.000.000
Total........................................................................... 443.000.000
Tal es, Sres Diputados, las situación económica y la del crédito del Estado, y tal es el resultado que han dado las gestiones de este Gobierno para poner el Tesoro a la altura que le corresponde, altura que ha aumentado desde que tengo la honra de presidir este Ministerio, hasta el punto de aglomerarse en el Tesoro proposiciones de anticipo de fondos en mucha mayor cantidad que la que se necesita.
Pero, Sres. Diputados, no hay que hacerse ilusiones; no engañemos con nuestras ilusiones al país. Si queremos buena Hacienda, es necesario que tengamos buena política. Mientras continuemos en el estado en que nos hallamos; mientras los partidos, en vez de ayudarse mutuamente, mutuamente se hostilicen, y recíprocamente se desacrediten, no hay que esperar ni inteligencia, ni actividad, ni idoneidad, ni moralidad en la administración pública; y sin inteligencia, sin actividad, sin aplicación, y sin moralidad en la administración, no puede haber buenos servicios; y sin buenos servicios, Sres. Diputados, es imposible buena Hacienda.
No hay cosa más fácil que nivelar el presupuesto; cuestión es esta de sumas y restas. Restando gastos y sumando ingresos, la velación está hecha; pero, señores, ¿habremos arreglado con esto la Hacienda?
En el estado actual de las cosas, la velación de los presupuestos exige disminuciones inconvenientes en los gastos y aumentos dolorosos en los ingresos; pero hagámoslo; pero corramos el peligro de alterar de tal manera Ios servicios públicos, que ya los mermados rendimientos disminuyan; pero expongámonos a atacar, aunque sea indirectamente, la materia imponible, y sobre todo, resignémonos a no hacer nuevos caminos, a no habilitar nuevos puertos, a no abrir nuevos canales, a no edificar nuevos edificios, y lo que es peor, a perder los caminos que tenemos, a ver cegarse los puertos habilitados, a ver desaparecer las obras empezadas, a presenciar la ruina de los templos, a ver escaparse de nuestras manos la electricidad por falta de conductores que trasmitan nuestro pensamiento, que comuniquen nuestras ideas con la velocidad del rayo, signo el más patente de la civilización de los pueblos modernos.
Todos estos sacrificios, todos estos inmensos sacrificios serán estériles. La velación de los presupuestos será mentira, porque será, una velación para hoy y una desnivelación mayor para mañana, si no hacemos una política sentada, una política patriótica, si no nos ayudamos mutuamente, si no contribuimos a que cada cual se coloque en el lugar a que sea llamado por sus convicciones, si no contribuimos a que la administración pública sea patrimonio de los más escogidos dentro de cada partido.
Así, y sólo así, Sres. Diputados, la velación dará óptimos frutos; porque así, y sólo así, podrá establecerse una administración sencilla, una administración activa, una administración recta, que a fuerza de trabajo vaya conquistando la satisfacción de necesidades que hoy por la penuria del Estado nos vemos obligados a abandonar. [29]
De todos modos, el Gobierno está dispuesto a presentar la nivelación verdadera de los presupuestos. Para esto, pagadas todas las atenciones del Estado y llevadas todas las obligaciones a una fecha dada, a Junio, se os presentaría, un balance de nuestra Hacienda, en el cual han de constar de un lado los compromisos que el Estado tiene, y de otro los recursos y los medios de que podemos disponer para atender a estos compromisos; y basada en este balance se os presentará la nivelación de los presupuestos, que podrá ser base de la prosperidad de nuestra Hacienda, si los partidos políticos tienen patriotismo, y si antes que intransigentes hombres de partido sabemos ser buenos españoles.
Y ahora, Sres. Diputados, os hablaré, si lo consentís, de la cuestión religiosa.
El Gobierno se ha propuesto desenvolver los principios constitucionales admitidos en materias religiosas; y así como está dispuesto a hacer efectivas las garantías otorgadas al ejercicio público o privado de cualquier culto que no sea el de la religión católica, sin más limitaciones que las impuestas en la Constitución del Estado, así también aspira a que sin mengua al respeto de las determinaciones de los poderes públicos, se asienten sobre sólidos cimientos las relaciones que deben existir entre la Iglesia y el Estado.
El Gobierno no cree justo ni conveniente negar a la Iglesia católica la protección a que tiene indisputable derecho. Así será solícito dispensador de esa protección; pero al mismo tiempo será también el celoso defensor y guardador de las prerrogativas que en la disciplina exterior de la Iglesia lo corresponden. Cuidará, de que desaparezcan los obstáculos que sostienen la situación lamentable en que el clero se encuentra; de alejarle de las luchas políticas de los partidos, tan ajenas de su carácter como de su misión, y cuidará de que por esto o por otros medios adquieran consuelo y expansión las creencias arraigadas de nuestro pueblo.
Tales son los propósitos del Gobierno, que está decidido a llevar a cabo, sin menguar ninguna de las conquistas revolucionarias de que es y será siempre ardiente defensor, y de las que, tanto como el que más, se envanece.
Cuestión de Ultramar. No se puede hablar de las provincial de Ultramar sin que venga a la imaginación inmediatamente la isla de Cuba. Existen aún allí los restos de una vandálica insurrección que lleva ya más de tres años de existencia, causando en verdad impaciencia justa, pero limitada ya, gracias al valor y sufrimiento de nuestro ejercito, a la lealtad y vigilancia de nuestra marina y a la actitud enérgica y decisiva de los voluntarios de Ultramar; de los voluntarios, señores Diputados, cuyo desarme he visto con sentimiento pedir por algunos que se Ilaman españoles y que ocupan el banco del legislador.
Pero circunscrita ya, repito, a algunas gavillas de rebeldes, limitadas a caso por completo a un solo departamento, al departamento Oriental, y aun en éste dentro de montanas vírgenes, en cuya espesura (únicamente pueden encontrar defensa, el Gobierno tiene la satisfacción de anunciar a los Sres. Diputados que la insurrección puede darse ya casi por terminada, y tiene y abriga la esperanza de que será del todo aniquilada a fines de la campaña de invierno, que con tan buen éxito se está Ilevando a cabo.
Pero mientras la insurrección dure, mientras haya un rebelde que grite ¡muera España! el Gobierno no tiene otro pensamiento que salvar la integridad nacional a todo trance y cueste lo que costare; que la España, antes de dejar perder un pedazo de territorio, ha de gastar su último cartucho y derramará su última gota de sangre.
El Gobierno, pues, no sólo está resuelto, si necesario fuera, a mandar allí todos los recursos del país, y España cuenta con muchos recursos cuando se trata de su honra, de su independencia y de su integridad, sino que está decidido a adoptar medidas severas dentro de las leyes, contra los traidores que aquí en la misma Península conspiran contra la integridad nacional. (Grandes aplausos en la derecha. Varios Sres. Diputados de la izquierda piden la palabra.-Grande excitación en todos los bancos.)
El Sr. VICEPRESIDENTE (Martín de Herrera): Ruego a los Sres Diputados que guarden orden.
El Sr. Presidente del CONSEJO DE MINISTROS (Sagasta): Sres. Diputados, ¿hay, por ventura, en esta Asamblea algún traidor a España? Pues entonces, ¿por qué les duele a los que se han levantado? (Aplausos en la derecha.-Vuelven a pedir la palabra algunos señores de la izquierda.-Momentos de gran confusión.)
El Sr. Presidente del CONSEJO DE MINISTROS (Sagasta): Sres. Diputados, no recuerdo en mi ya larga vida política y parlamentaria una cuestión semejante a la presente. Hablar de traidores a la Patria, y darse por aludidos algunos Diputados, eso no lo he visto. . . (Nuevos aplausos y momentos de confusión.) Pues entonces, Sres. Diputados, será necesario convenir en que he sido injustamente interrumpido. Si convenís en eso, continúo. Sí; el Gobierno piensa tomar medidas severas dentro de las leyes, con los que olvidando o aparentando olvidar que no es permitido en ningun país del mundo atentar a la vida de la nación, excitan, alientan y ayudan a los traidores que, con las armas en la mano y escondidos en los bosques, derraman traidoramente la sangre generosa de nuestros soldados. (Bien.)
¿Que, Sres. Diputados, es permitido ahora, ha sido permitido nunca en los estados-unidos, por ejemplo, que ni directa ni indirectamente, ni abierta ni simuladamente, se trabaje y se escriba contra la unidad de la república, sin embargo de que hay allí muchos partidarios de la separación?
La lucha de Cuba, como todas las luchas fratricidas, ha dado lugar en estos últimos tiempos a sucesos que el Gobierno no puede aprobar, y acerca de los cuales está haciendo la averiguación necesaria para corregir los males que allí se han hecho en lo que sea posible, y exigir la responsabilidad, a aquellos que se hayan hecho de ellos responsables. (Bien, bien.) Sucesos semejantes no pueden encontrar nunca completa disculpa, siquiera sean el resultado de delitos atroces y de actor de ferocidad sin ejemplo.
Pero bueno será también consignar, Sres. Diputados, que si han ocurrido esos sucesos que el Gobierno profundamente lamenta; bueno será consignar, repito, que sin embargo de los delitos atroces que allí se han cometido, sin embargo de los actos de ferocidad que [30] allí han tenido lugar, sin embargo de que la osadía de los filibusteros ha llegado hasta el punto de plantar la bandera de la insurrección en un teatro, dentro de la misma Habana; a pesar de la indignación de que estaba poseída aquella isla cuando veía poner un precio determinado al asesinato de los voluntarios y de los soldados, nunca ha presenciado aquella isla la violencia y Ia matanza de que nos ofrece ejemplos la historia de otros países.
Aquella guerra ha dado lugar, como siempre en tales circunstancias acontece, a grandes gastos que por punto general ha sobrellevado aquella provincia, creándose con este motivo una deuda, que por la manera con que ha nacido y por los medios con que se sostiene, medios patrióticos por parte de aquellos habitantes, merece una justa predilección. El Gobierno examinará esa cuestión con todo detenimiento, y procuraré resolverla como conviene a los intereses generales del país y a los especiales de aquella apartada provincia en sus relaciones con la madre Patria.
Y venimos al asunto más delicado en la cuestión de las Antillas, que es la cuestión de Ias reformas. En Ultramar, y muy especialmente en Cuba, existen sobre este punto aspiraciones encontradas, o aspiraciones opuestas: unas reformistas de buena fe; éstas por desgracia son Ias menos: otras reformistas guiadas por la convicción de que Ias reformas han de traer al fin y al cabo la separación de aquellas tierras; éstas son Ias más, allá; y otras anti-reformistas, muy particularmente en lo que se refiere a la cuestión política. Pero enfrente de estas encontradas opiniones, enfrente de estas opuestas aspiraciones, se ha levantado aquí la opinión que he prometido y exige innovaciones allá, conformes con el espíritu de la época y en armonía con Ias instituciones que la Noción se he dado. Cumplamos, pues, el compromiso que la Nación ha contraído en aquellas provincias que han sabido y saben esperar en paz Ias determinaciones de los altos poderes del Estado; pero siempre en la forma y medida que exige la conservación de la integridad nacional; porque allí, Sres. Diputados, allí donde existen enemigos de la unidad nacional, no puede menos de haber ciertas limitaciones, que no pueden existir donde la unidad nacional no cuenta más que defensores.
En cuanto a Cuba, es inútil que nos ocupemos de reformas sociales y políticas mientras la insurrección no termine, mientras no se restablezca la calma en el país, mientras no desaparezcan los enconos surgidos en la guerra, mientras no domine en los que han abrigado ideas de separación, el sentimiento de amor a la nacionalidad. Y mientras este caso Ilega, y para cuando este caso se presente, el Gobierno se propone mirar aquellas apartadas provincias con la predilección a que tienen indisputable derecho. Precisamente por hallarse muy separadas de los altos poderes del Estado, merecen más constante protección, merecen más prolijo cuidado, merecen más esmerada solicitud; en ninguna parte necesita el Gobierno estar más inteligente y más honradamente representado, que en aquellas provincias; y si esto es así, si está el Gobierno resuelto a quo se haga, si además los empleos de Ultramar no son premio a la ambición, ni satisfacción para los descontentos, ni sacrificio impuesto a los ciudadanos más inteligentes, más probos, más modestos, más justos, las cuestiones graves que allí se presenten se resolverán con facilidad. Nuestros enemigos quedarán desarmados, nuestros amigos quedarán satisfechos, nuestras provincias de Ultramar bendecirán a su madre Patria, y al grito traidor que hoy sale de la espesura de sus bosques sucederá pronto el eco del grito patriótico levantado en las ciudades, e ¡viva España!
Ya conoce el Congreso lo que es el Gobierno y lo que el Gobierno quiere; ya sabe el Congreso, y mañana sabrá, el país, el criterio con que piensa resolver las cuestiones más graves y que mayores dificultades puedan ofrecer entre nosotros: bueno será también que el país sepa que los propósitos de este Gobierno, como los propósitos de cualquier otro que le pueda suceder, serán completamente estériles sin la cohesión sincera, leal, de todos los que están inspirados por Ias mismas ideas y solicitados por Ias mismas tendencias, y sin que los partidarios sinceros de la legalidad existente no se presten mutua ayuda para poder emprender con paso seguro y firme la marcha hacia aquellas soluciones que, dentro de la legalidad existente, la ciencia y la experiencia señalan como admisibles. A la consecución de tan elevados fines procure marchar resueltamente el Gobierno. Si los alcanza, habrá prestado el mayor de los servicios que puede prestarse al país; si no, le quedará cuando menos la satisfacción de haberlo procurado.
Para esto, el Ministerio en adelante no ha de considerar como enemigos, sino como amigos, a todos los partidarios sinceros de la legalidad existente; que al fin y al cabo, y bien mirada la cosa, dentro de Ias instituciones fundamentales que tenemos, en la mayor parte de los casos, más que por la doctrina, nos hemos de diferenciar por el procedimiento; más que por las cuestiones de principios, nos hemos de dividir por cuestión de método y de oportunidad. Hagamos todos, Sres. Diputados, hagamos todos una política sensata, levantada, conciliadora, que tienda a sumar fuerzas afines, en vez de disgregarlas; que de fuerza a Ias instituciones, calma a los partidos, confianza a la opinión; política que permita el deslinde de los partidos, tal y como conviene a la suerte de Ias instituciones y al porvenir del país, sin recriminaciones para nadie, sin enconos, sin que nadie tenga que sacrificar sus convicciones a su despecho; y sólo así, Sres. Diputados, es como se Ilegará a crear dos partidos robustos, dos partidos serios, dos partidos de gobierno: más progresivo el uno menos progresivo el otro; pero liberal conservador el uno, y conservador liberal el otro. (Risas en los bancos de la izquierda: Interrupciones.)
Si yo no supiera de antemano el mal que aqueja a este país, esas interrupciones me lo demostrarían. Pues qué ¿comprendéis un partido, por liberal que sea, que no tenga que ser conservador? ¿Comprendéis un partido que no tenga que conservar? Pues si los partidos tienen que conservar, todos serán conservadores; como todos los conservadores dentro de Ias instituciones liberales de nuestro país, tendrán que ser liberales. ¿Por qué, pues, os suena mal la palabra conservador? ¿No tenéis que conservar? ¿No tenéis mucho que conservar? ¿No? Pues el partido que no tenga que conservar, no es un partido político, no es un partido de gobierno; será, cuando más, una partida de anárquicos y de perturbadores.
Señores, iqué idea se tiene aquí de los partidos, qué idea de los Gobiernos, si cuando se habla de que los partidos tienen que conservar, se interrumpe al que esto dice! ¡Si esto es el a b c del gobierno de los Estados! Pues ese, llámese como se quiera, siempre será uno que tiene que conservar, liberal conservador, y [31] siempre será otro conservador, que dentro de las instituciones fundamentales no tiene más remedio que ser conservador liberal.
Pues bien, con esta política elevada, de esta manera y mediante este espíritu conciliador y levantado, iremos haciendo simpáticas nuestras instituciones y lograremos que acepten nuestra obra los que indiferentes o contrarios hasta ahora, vacilan en el rumbo que han de tomar, y fortalecidos con nuestra prudencia, unidos por nuestros comunes intereses, no nos cogerán débiles ni desprevenidos los enemigos de nuestra revolución, que olvidando agravios inolvidables, que armonizando aspiraciones opuestas, tratando de curar, aunque en falso, heridas incurables, que cerrando los ojos a su propia dignidad, andan en tratos de fusión y se unen y concilian para derribar nuestra propia obra, que es nuestro pasado, nuestro presente, nuestro porvenir; que es, en resumen, nuestra propia obra. No parece, señores, sino que pesa sobre los partidos liberales la fatalidad del suicidio. Tenemos enfrente enemigos tenaces y poderosos que nos combaten; estamos rodeados de grandes dificultades, y nos olvidamos de los enemigos, prescindimos de las dificultades, para acecharnos mutuamente y para abultar, para exagerar y denunciar, en vez de dispensar, de ocultar, de encubrir los errores que todos estamos expuestos a sufrir, como si no hubiera bastantes enemigos de la libertad para desacreditar a los liberales; como si tuviéramos más gusto y más satisfacción en humillar a un amigo que en destruir con triunfo a un enemigo; como si fuéramos tantos; como si nos estorbáramos los unos a los otros; como si estuviésemos condenados a la terrible tarea de sembrar cizaña en nuestros campos.
Pues bien, Sres. Diputados: para conseguir tan elevados fines, para dar tiempo y ocasión a esta política salvadora, y sobre todo, en cumplimiento de la patriótica misión que aquí nos ha traído, venimos hoy, señores Diputados, a proponeros una tregua, a pediros un acto de patriotismo.
El país necesita que su situación económica se normalice, que se resuelvan las altas cuestiones que pueden afectar al crédito público, y que interesan a la integridad del territorio y a la gloria de su bandera.
Cada día que pasa sin que la situación económica se normalice, y se resuelvan las cuestiones económicas pendientes, es un nuevo y considerable gravamen que imponemos al país, una nueva herida que abrimos al crédito público: de vosotros, Sres. Diputados, depende; de vosotros, los que estáis dentro de la legalidad, depende.. . (El Sr. Díaz Quintero: ¿Hay aquí Diputados que están fuera de la legalidad?-Grandes murmullos)
El Sr. VICEPRESIDENTE (Martín de Herrera):
Orden, Sres Diputados: continúe V. S., Sr. Ministro.
El Sr. Presidente del CONSEJO DE MINISTROS (Sagasta): ¿Es que el Sr. Díaz Quintero acepta la Constitución del Estado en todas sus partes y con todas sus consecuencias?
El Sr. Presidente del CONSEJO DE MINISTROS (Sagasta):Tanto mejor: ya sabemos que afortunadamente no hay en esta Cámara ningún Sr. Diputado que esté fuera de la legalidad. Sea enhorabuena, y yo me la doy cumplida: todos estamos dentro de la legalidad existente; todos aceptamos la legalidad existente. (Nuevos murmullos e interrupciones, suscitadas por algunos señores de las minorías republicana y tradicionalista, y especialmente por el Sr. Díaz Quintero).
El Sr. VICEPRESIDENTE (Martín de Herrera): Orden, Sres. Diputados. Sr. Díaz Quintero, llamo a V.S. por primera vez al orden: V.S. se abstendrá de hacer nuevas interrupciones; pero conste que he llamado a V.S. al orden por primera vez.
El Sr. Presidente del CONSEJO DE MINISTROS (Sagasta): De vosotros depende, Sres. Diputados la pronta curación de los males que el país experimenta.
Ya sabe el Ministerio que no tiene mayoría propia parlamentaria, como no la tiene ningún Gobierno que le pueda suceder; ya sabe el Ministerio que si los partidos constitucionales no se unen, la existencia de cualquier Gobierno en esta Cámara estará siempre a merced de aquellas fracciones que, aunque dentro hoy de la legalidad existente, según dicen, creíamos hasta ahora que en parte se hallaban fuera de la legalidad.
El Gobierno, por consiguiente, no puede considerar esta legislatura como una legislatura política; el Gobierno ha venido aquí en la inteligencia de que los señores Diputados, por un acto de patriotismo, sobrepondrían a la cuestión política la cuestión económica: si en vez de ocuparse de estas cuestiones que tan profundamente interesan al país, trata el Congreso de ocuparse de cuestiones políticas, el Gobierno, que no las ha de iniciar, podrá verse en la imposibilidad de evitarlas, pero seguramente no las provocará.
Si os empeñáis en eso, como este Ministerio no tiene mayoría propia parlamentaria.. . (Rumores); como ningún Ministerio, sea de la fracción que quiera, puede tener mayoría propia parlamentaria (Nuevos rumores.- Muchos Sres. Diputados: Eso lo dirán las votaciones); lo que se demostrara una vez más, Sres. Diputados, con esta política de derribar Ministerios, ninguno de los cuales puede tener mayoría propia en esta Asamblea, será la incompatibilidad de este Congreso con todo Gobierno; y se demostrará otra cosa más, y es, que este Congreso, impotente para hacer el bien del país, es la causa de la prolongación de sus males.
No deis lugar con vuestra conducta a que aparezca clara esta demostración, puesto que de vosotros depende; seamos, Sres. Diputados, antes que hombres de partido, buenos españoles; procuremos el afianzamiento de las instituciones fundamentales del país; defendamos las aspiraciones de nuestros respectivos partidos, pero ante todo y sobre todo procuremos la ventura de la Patria, desgraciadamente harto maltratada, ya por el interés egoísta de los hombres y por el ciego exclusivismo de los partidos. Si esto hacemos, mereceremos bien de la Patria: si no lo hacemos el país nos juzgará a todos: al Ministerio le basta para tener la conciencia tranquila, con haberlo propuesto y haberlo intentado.
He dicho. (Aplausos en los bancos de la derecha.)