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Legislatura: 1869-1871 (Cortes Constituyentes de 1869 a 1871) |
Sesión: 23 de abril de 1870 |
Cámara: Congreso de los Diputados |
Discurso / Réplica: Réplica al Sr. Ortiz de Zárate y al Sr. Ochoa |
Número y páginas del Diario de Sesiones: 264, 7.391, 7.392 |
Tema: Sucesos de Vitoria |
El Sr. Ministro de ESTADO (Sagasta): En la manera como el Sr. Ortiz de Zárate ha explanado su interpelación, ha dado claramente a entender la poca importancia que él mismo le daba al hecho de que ha venido aquí quejándose.
Su señoría ha empezado por manifestar lo tranquila que es la población de Vitoria, y es verdad: Vitoria es una población tranquila, muy tranquila; pero el carácter pacífico de aquélla población ha sido interrumpido, de algún modo a esta parte, precisamente por los carlistas: de manera que si aquella población ha perdido su tranquilidad y sosiego, ha sido única y exclusivamente por los carlistas, hasta el punto que el Sr. Ortiz de Zárate, que vive allí, que tiene allí a su familia y que tiene grandísima influencia, habrá sabido ¡no habría de saberlo! Mucho mejor que yo, habrá sabido que los carlistas están conspirando continuamente. Y ya que hablo de los carlistas, no deja de ser notable que venga el Sr. Ortiz de Zárate a quejarse del rigor con que se trata por las autoridades a loa carlistas, cuando loa carlistas son un partido político hoy en rebeldía contra el gobierno, porque hay que notar que carlistas significa afiliados a D. Carlos. ¡No es eso? Sí, sí es eso; D. Carlos no es más que una bandera de sublevación contra el actual orden de cosas; D. Carlos no es más que el jefe de una conspiración constante y permanente contra la soberanía de las Cortes:[7391] y si esto es D. Carlos, los carlistas no son ni más ni menos que unos conspiradores; y siendo unos conspiradores el Sr. Ortiz de Zárate debiera aplaudir en lugar de censurar la lenidad con que las autoridades tratan a estos conspiradores, que les dejan reunirse, que los dejan conciliarse, que les dejan formar casinos, que les dejan establecer sociedades, ni más ni menos que si fueran ciudadanos pacíficos, ciudadanos de bien y ciudadanos que no aspiran más que a la realización de sus ideas por los medios legales. (El Sr. Ochoa pide la palabra.)
Pero en fin, dejando aparte esta pequeña digresión la verdad es que los únicos que han alterado el carácter tranquilo de la población de Vitoria son los carlistas. Los carlistas, y esto lo debe saber y lo debe recordar muy bien el Sr. Ortiz de Zárate, habían adoptado la costumbre de reunirse en grupos por la noche, cubriéndose la cabeza con boinas blancas, y alterando la tranquilidad de vecindario con vivas a Carlos VII. También sabe S. S que hay allí un seminario que hubo que cerrarle, porque en vez de ir los jóvenes a estudiar a él, iban a hacer otra cosa sin duda, puesto que se reunían en grupos a la entrada y a la salida de las clases, y se entretenían en dar vivas a Carlos VII. Esto era un verdadero escándalo. De manera que los únicos, repito, que han causado la intranquilidad del vecindario de Vitoria han sido los carlistas y los seminaristas de Vitoria. De esto había de resultar naturalmente cierta excitación por parte de los liberales de Vitoria, que se veían insultados y hasta amenazados por los carlistas. Celebraban los liberales un aniversario ese día, a que S. S. se ha referido, y lo celebraban, como es natural, con música y con fiestas. Esa música pasó por delante del casino carlista y tocó el Trágala. Yo creo que hizo bien en tocar el Trágala, porque es un himno como otro cualquiera, y porque siendo liberales, habían de tocar un himno suyo, que en aquella ocasión iba dirigido contra los que están conspirando, contra los que continuamente conspiran.
Esto es, ni más ni menos, lo que ha ocurrido en Vitoria; esto es lo que ha llegado a noticia del Gobierno, no habiendo por parte de nadie ni insultos, ni mucho menos vías de hecho. Los del casino estaban al balcón, y al oír tocar el himno, como por lo visto les desagradaba, cerraron los balcones; pero según mis noticias no ha pasado nada de particular; no ha habido insultos a ninguna persona; no ha habido vivas que pudieran mortificar a los que estaban en el casino; no ha habido esas demostraciones que acostumbran hacer los carlistas en los pueblos en que están en mayoría. El hecho, pues, en realidad tiene poquísima importancia. ¿Pero qué desea S. S.? ¿Qué es lo que quiere? ¿Qué los tribunales entiendan en eso? Pues ya entienden, puesto que el gobernador ha hecho lo que procedía. Se quejaron ante su autoridad de que ciertos individuos habían ido al casino a tocar el Trágala, ha dicho: "Yo no tengo que ver en eso, correspondo a los tribunales;" y remitió el expediente a que dio lugar ese hecho a los tribunales, y los tribunales resolverán.
Decía S. S.: "Además, advierta el Gobierno a la autoridad civil de Vitoria que cuando los carlistas le pidan protección se la dispense." No tiene necesidad el Gobierno de advertir eso a la autoridad de Vitoria, ni a ninguna otra autoridad de las demás provincias; es su debe dar protección a todo el que la demanda, ya sea carlista ya sea lo que quiera. Esto creo será lo que haga el gobernador de Vitoria cuando llegue el caso, cuando sea necesario.
Lo que importa, sobre todo, es que los carlistas no den motivo con su conducta poco prudente (créalo el Sr. Ortiz de Zárate) a que las autoridades tengan que prestarles protección. Trabajen cuanto puedan dentro de la ley, en el terreno que la ley Ies concede, para obtener el triunfo de sus ideas; pero que no se salgan de la ley, que no irriten a los partidos liberales con ciertas amenazas, con ciertos efectos, que, francamente, les podrían costar caros. Yo aconsejo al partido carlista que trabaje dentro del terreno legal; pero que no piense en actos insensatos.
Por lo demás, ¿qué ha de hacer la autoridad de Vitoria? ¿Puede hacer más con los carlistas (que es lo mismo que decir conspiradores) que permitirles reunirse en clubs, en sociedades, en donde concuerdan y se concilian contra la situación actual, trabajando fuera de la ley y poniéndose de acuerdo con los que están en el extranjero? Porque el Sr. Ortiz de Zárate sabe, y el no se lo diré, a pesar de que creo lo sabe mejor que yo, que los que dirigían a conspiración carlista en el extranjero pensaban hacer algo este verano, como piensan siempre; pero después, como han visto que el Gobierno, cosa que a ellos mismos ha extrañado, les tolera que se reúnan, que constituyan sociedades, que puedan conciliarse y que hagan también pactos, han dicho: no, mejor es dar tiempo al tiempo para que se constituya bien el partido en todas partes, para que en todos los pueblos haya juntas directivas, a fin de que, un día dado, responda mejor y más unánimemente a la voz del jefe: entonces haremos lo que ahora pensamos hacer sin esa organización. De manera, que el Sr. Ortiz de Zárate sabe bien que esas sociedades, esos casinos, esos círculos no hacen más que responder a una organización revolucionaria.
Pues todavía se quejan esos señores de que las autoridades no castigan a aquellos que, al pasar por delante de una sociedad, tocan un himno patriótico; este es el delito.
Ahora bien: si el Sr. Ortiz de Zárate sabe esto, vale más que deje pasar las cosas; porque de otra manera, si eso se mueve mucho, podrían los carlistas quedarse sin casinos, sin sociedades y círculos. El Gobierno está en el deber de tolerar esas sociedades, círculos, casinos y todas clases de asociaciones, porque así lo marca a Constitución; pero esto se entiende dentro de la ley, no era de ella y para atacarla.
Tenga, pues, presente esto el Sr. Ortiz de Zárate; y por lo demás, creo que el asunto ha llevado la tramitación que debía llevar, esto es, la de que de él conozcan los tribunales. En cuanto al gobernador de Vitoria, no hay necesidad de que el Gobierno le haga la advertencia que S. S. desea. Sin embargo, sirvan estas palabras que desde aquí le dirijo, de advertencia al gobernador de Vitoria, aunque no necesita de ella; pero que lo hago por dar gusto al Sr. Ortiz de Zárate, y en mi deseo de complacer hasta a mis adversarios: sepa el gobernador de Vitoria que está en el deber de dar protección a todos los ciudadanos que se mueven dentro del círculo legal del ejercicio de sus derechos y a atenderles en la gestión de sus negocios particulares, en relación con la autoridad pública, sea el que quiera el partido al que pertenezcan.