Los discursos parlamentarios de Práxedes Mateo-Sagasta

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1652
Legislatura: 1898-1899 (Cortes de 1898 a 1899)
Sesión: 23 de junio de 1898
Cámara: Congreso de los Diputados
Discurso / Réplica: Réplica
Número y páginas del Diario de Sesiones: 52, 1660-1663
Tema: Información parlamentaria sobre los sucesos de Filipinas

El Presidente del CONSEJO DE MINISTROS (Sagasta): Siento, Sres. Diputados, que el Sr. Romero [1660] Robledo haya contrariado con sus actos aquellos ofrecimientos con que empezó su discurso. Pero, por lo visto, S. S. no lo puede remediar porque aquellas declaraciones tan explícitas con que empezó, diciendo que no venía a criticar la personalidad ni a colectividad alguna, han quedado completamente desmentidas por S. S. mismo en la última parte de su discurso, de una manera que yo me he de permitir calificar de inconvenientísimo y peligrosa. (Muy bien.)

¡Señores!. Esto no se puede tolerar. Un día se discute a un general, otro día se discute a otro, y apenas pasa día sin poner en tela de juicio y en litigio la conducta y los actos de algún jefe militar, echando por tierra, envueltas en ataques y censuras, las consideraciones ganadas a costa de muchos sacrificios, de grandes penalidades y peligros al frente de nuestros valientes soldados.

¿Es así, Sres. Diputados, es así como se pretende que se conserven en nuestro ejército aquellos prestigios tan necesarios en toda fuerza pública? ¿Es así como se pretende conseguir victorias contra un enemigo poderoso? ¿Es así como podremos salvar el honor de la Nación y como, llegada la ocasión, podremos aspirar a obtener una paz honrosa? Este pasar la vida recriminándonos los unos a los otros, esta insana manía de buscar por donde quiera, ante las desgracias de la Patria, víctimas a quienes hacer responsables de cosas que sólo pueden imputarse a la escasez de nuestros medios, originada por pasadas desventuras, no puede conducirnos más que al desgaste constante y necesario de los hombres primero, de los partidos después, de los sistemas de gobierno, por último, para llegar al quebranto y al agotamiento del Estado y a la ruina de la Nación. (Muy bien, muy bien.)

Para hacer esto es preciso desconocer en absoluto del daño que más allá de nuestras fronteras nos producen, para hoy y para mañana, ante los pueblos de Europa y del mundo, esas recriminaciones constantes en que vivimos, en medio de un peligro que es común para todos los partidos y para todos los españoles, y es seguir con este sistema funesto, se va a producir al país mayores males que nos pudiera acarrear la propia guerra extranjera que estamos sufriendo.

Por lo mismo, Sres. Diputados, por lo mismo que nuestras fuerzas son escasas, por lo mismo que nuestra Nación está exhausta y desangrada por frecuentes y continuas luchas, por lo mismo que estamos sosteniendo una guerra tan desigual, por lo mismo que somos víctimas, no sólo de una guerra extranjera, sino además de dos enormes insurrecciones coloniales, es decir, que somos víctimas de tres guerras; por lo mismo, debía alentarse y debía ayudarse a aquéllos que, por fortuna o por desgracia, se encuentran al frente de nuestras fuerzas públicas o tienen en sus manos las riendas del Estado, para ver si de esta manera con los alientos y la ayuda de todos podemos suplir la escasez de nuestros recursos. Pero en vez de esto, ¿qué sucede? Que los reveses de la guerra se atribuyen, no a las circunstancias, no a la inferioridad de nuestras fuerzas ni a la superioridad de nuestros contrarios, no; sino a la ineptitud, al descuido, al abandono, ya que no a la cobardía, de aquellos que están al frente de las fuerzas de la Nación. (El Sr. Romero Robledo: ¿Quién ha hablado de eso?) No se ha hablado de eso, Sr. Romero Robledo, pero se deduce de sus palabras, porque si la escuadra que está en Santiago de Cuba no ha salido, pues claro está, ¿por qué no ha salido, Sr. Romero Robledo, sino porque no ha querido exponerse a morir, como S. S. decía? Por tanto, de esas palabras se deduce un cargo de cobardía para nuestra marina, para aquellos valientes marinos nuestros. (Aplausos.)

Sí, todo se atribuye a ineptitud o a descuido de los que se hallan al frente de nuestras fuerzas o al frente del Estado, los unos dirigiendo las operaciones militares, los otros contribuyendo a atender a las necesidades de la guerra.

Por eso se nos hace responsables a los militares y a los civiles, a los jefes y al Gobierno, de la desgracia de Cavite y de que no hayamos tenido en Filipinas una escuadra superior a la escuadra norteamericana. Porque se nos pregunta: ¿por qué no habéis tenido allí barcos capaces de combatir y de destruir a los barcos enemigos? ¡Ah, Sr. Romero Robledo!. La contestación tiene S. S., sabiendo que, con más urgencia, con más peligro y más necesidad, se nos pedía una escuadra para combatir con la escuadra norteamericana en Cuba, teatro principal de la guerra, punto principal del litigio en que nos vemos envueltos, porque con la misma necesidad se nos pedía otra escuadra para Puerto Rico tan amenazado como Cuba, porque se nos pedía otra escuadra para Canarias, que fue el objetivo principal y primero de los Estados Unidos, aunque luego hayan variado de opinión porque se nos pedía otra escuadra para la Península que no había de quedar completamente indefensa, y ya sabe S. S. que las fuerzas españolas no podían dar de sí tantas escuadras, a no ser que hiciéramos con ellas lo que con las monteras de Sancho, y exponerlas a que el enemigo nos las hubiera cogido y no tuviésemos ahora un barco de que disponer.

No pudiendo dividir la flota española en tantas escuadras como puntos necesitábamos defender, acudimos a donde creíamos que el peligro era más inminente y más necesaria la escuadra, teniendo la esperanza de que la pequeña flota que había en Filipinas podía, si no combatir con la norteamericana, por lo menos defenderse, protegida por los fuegos de las fortificaciones de Subic, a donde se habían mandado cañones de gran potencia y alcance. Después el combate se libró de otra manera. ¿Por qué? El Gobierno lo ignora, y no puede, por tanto, emitir juicio ninguno porque lo haría sin bastante conocimiento de causa.

Después del desastre de Cavite, el Gobierno pasó muchos apuros, muchas amarguras; hizo cuantos esfuerzos estuvieron en su mano para mandar allí una escuadra superior, o por lo menos igual a la de los norteamericanos, y aún tuvo el pensamiento de mandar la escuadra de Cervera, pero ni uno ni otro pensamiento pudo realizar, por razones incontrastables, muy superiores a la voluntad y al deseo del Gobierno.

Hasta hace poco tiempo, no se ha podido formar una bastante poderosa, que el Gobierno ha enviado, no tengo inconveniente en decirlo al Sr. Romero Robledo y al Congreso, que ha enviado, con los refuerzos necesarios, a Filipinas, con la idea de que, de cualquier modo, ha de llegar a tiempo para que pueda mantener en aquel amplísimo archipiélago la bandera española. [1661]

También de la escasez de nuestros medios se hace responsable al Gobierno, ya que no a los jefes militares, que hacen lo que pueden, lo que no harían los más valientes del mundo. Yo quisiera ver a esos militares luchando, con los medios de que España puede disponer, ante enemigos tan poderosos como los que tenemos enfrente. Pero no serán tan escasos los medios de que podemos disponer, cuando estamos sosteniendo una lucha que yo creo imposible para cualquier país, aun para el más militar del mundo.

Porque no se trata de una guerra extranjera con un pueblo cinco veces superior al nuestro en población, en riqueza, en medios, en recursos; todavía con todo eso podríamos luchar. Se trata de una guerra con un pueblo tan poderoso como los Estados Unidos, ayudado por los insurrectos de Cuba y los de Filipinas, sin cuya ayuda podíamos habérnoslas con esa tan poderosa República. Para vendernos tienen que apelar a los indios en Filipinas y a los insurrectos en Cuba, y aún así, hace dos meses que estamos luchando con ellos, y fuera de lo de Cavite, aún luchamos, si no con ventaja, sin desventaja. (Varios Sres. Diputados: Muy bien, muy bien.)

Pero luego se dice: ¿Y por qué no teníamos más medios de defensa, y por qué no estábamos preparados contra una Nación tan poderosa como los Estados Unidos? Y eso se le pregunta a un Gobierno español? (El Sr. Romero Robledo: Yo no lo he preguntado.) Pero lo han preguntado otros. (El Sr. Romero Robledo: Como casi todo lo que está diciendo S. S., que no es contestar a mi discurso.) Pero es contestar a lo que se ha dicho en este debate. (El Sr. Romero Robledo: Bueno, pero pongamos las cosas en su lugar.) Porque respecto de S. S., me he contentado con contestarle a lo más principal. (El Sr. Romero Robledo; Yo recogeré lo que S. S. ha dicho de lo más principal, que es lo más inexacto.) Yo entrego a la conciencia del Congreso hoy, y a la conciencia del país mañana? (El Sr. Romero Robledo: Y yo también, y al Diario de las Sesiones. ¡Pues no faltaba más!). Yo entrego a la conciencia del Congreso hoy, y a la del país mañana, el juicio crítico que ha formulado S. S. contra el jefe de nuestra escuadra de Santiago de Cuba, una de las personalidades de la marina más estimada y más respetada con razón, y que S. S. ha tratado en estos momentos como no debe tratarse a ningún jefe militar que está frente al enemigo corriendo riesgos inmensos, no sólo para él, sino para la Patria.

Es muy fácil criticar operaciones militares, ya de mar o de tierra, desde ese banco muy tranquilamente. (Muy bien, muy bien.- El Sr. Romero Robledo: Veremos esto después, porque ha de haber buena fe en la discusión.- Rumores en la mayoría.- No he de pasar por lo que se me atribuya para arrancar aplausos.) Vaya, pues quedamos en que S. S. ha aplaudido al Sr. Cervera. ¿No es eso? (El Sr. Romero Robledo: Quedamos en que ni le he aplaudido ni le he atacado; he atacado al Gobierno y le he pedido al Gobierno explicaciones de hechos, que en nada afectan a la persona del Sr. Cervera.) ¡Pero si ha pedido S. S. hasta la separación de ese digno jefe! ¡Si ha atacado al Gobierno porque no le ha separado del mando de la escuadra! ¿Se puede dar un ataque más terrible a un jefe que está frente al enemigo? (El Sr. Romero Robledo: ¿Qué he dicho?) ¡Si ha pedido S. S. su separación!.

Yo creo que S. S., ha llevado de su imaginación y de su palabra, dice muchas veces cosas que no quisiera decir, y después se extraña oírlo a los demás.

¡Que por qué no estamos preparados contra una guerra extranjera! Y eso se dice al Gobierno de una Nación que hace tres años está combatiendo dos insurrecciones coloniales que han consumido sus recursos, que han agotado su sangre, que han absorbido, naturalmente la actividad, el tiempo, los tesoros y la sangre de la Nación.

Pues que, ¿no sabe S. S. el esfuerzo que ha estado haciendo España contra la insurrección de Cuba? ¿No conoce S. S. el esfuerzo hecho contra la de Filipinas? ¿No recuerda S. S. que este país ha hecho el esfuerzo, que no hubiera hecho país ninguno, de mandar nada menos que 250.000 hombres a sus posesiones de Ultramar, con todo lo necesario para pelear? ¿Qué habían de hacer aquellos generales, que habían de hacer los Gobiernos, ocupados y preocupados con esas insurrecciones? ¿Dónde tenían tiempo ni dinero, ni actividad, ni recursos, para hacer otras operaciones y prepararse para otras guerras, si no tenían más remedio que ocuparse y preocuparse de las que tenían encima? Y aún así, Sres. Diputados, como he dicho, estamos sosteniendo una lucha verdaderamente titánica.

Pero en fin, como el Sr. Romero Robledo parece que se molesta de que me ocupe en otros asuntos que en aquellos de los que ha tratado? (El Sr. Romero Robledo: No, señor; no me molesto de eso, sino de que me atribuya S. S. lo que no he dicho, como se lo explicaré al rectificar.) Si S. S. afirma ahora que no lo ha dicho, ya basta, ya está rectificado. (El Sr. Romero Robledo: ¡Quiá, no señor! -Risas.)

Voy a concretarme a S. S., porque ya que en la primera parte de su discurso ha tenido tan buenas intenciones, aunque las haya defraudado después en la segunda, he de agradecerle esas buenas intenciones, y para corresponder a ellas voy, como he dicho, a concretarme exclusivamente a todo cuanto S. S. deseaba saber. Su señoría desea saber del Gobierno qué piensa hacer en las gravísimas circunstancias por que el país atraviesa. Yo se lo voy a decir a S. S.; es un poco difícil la contestación porque S. S. preguntaba si el Gobierno va a la guerra o va a la paz. La contestación a esto, como S. S. comprende, es un poco delicada, no porque yo no pudiera dársela a S. S., ni porque no la tenga en mi conciencia y en mi ánimo, sino porque no creo conveniente exponerla. A S. S. se la daría reservadamente, pero aquí, pública y solemnemente, me parecería el darla una grandísima tontería, y yo a sabiendas no quiero jamás cometer tonterías. (Risas.)

Pero voy a decirle a S. S. algo. En las circunstancias en que nos encontramos, habiéndose impuesto la guerra, no sólo porque se nos quería arrebatar nuestra propiedad, porque se quería vulnerar nuestros derechos, sino porque además se nos ha ofendido en nuestro honor, porque España es quizá el único país en los tiempos que alcanzamos que más que por intereses materiales, pelea, como los caballeros, por el honro y por esto no mira ni considera la superioridad del adversario; pelea por el honor y va a salvar el honor, no hace, como dijo un orador insigne, pacto con la victoria, pero lo hace con el honor; pues bien, estamos peleando por el honor, y en estos momentos el Gobierno no camina al [1662] azar, como S. S. ha querido dar a entender, sino que midiendo con serenidad de juicio las consecuencias de la inmensa empresa, en que a su pesar se ha visto envuelto, los compromisos de honor que ante el mundo tiene contraídos, la magnitud de las tres guerras en que se halla empeñado el honor de nuestros ejércitos de mar y tierra, y la conveniencia de nuestro país, ya sediento de paz y de reposo, después de tantas y tan grandes desventuras, el Gobierno tiene pensada la resolución y tiene concebido su plan, que va desenvolviendo con aquel exquisito cuidado y aquella prudente cautela que de consuno demandan el éxito de sus propios trabajos y la dignidad de la Nación. (Muy bien.)

No se le oculta al Gobierno de S. M. la inmensidad, la magnitud de su intento, pero si se ve, como cree, ayudado por el patriotismo de todos los partidos y de todos los españoles de buena voluntad, ¡ah! todavía abriga la halagüeña esperanza de sacar a España de los tremendos conflictos en que se ve envuelta, de la mejor manera posible, y siempre, y en todo caso, con honor. (Muy bien.)



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